Había decidido que al
primer lugar chopinesco que quería visitar en París sería el Salón Chopin de la
Bibliothèque Polonaise, no contaba con que la Place Vendôme me sorprendería al
paso; entonces decidí iniciar mi segundo día de vacaciones en dicha
biblioteca que se encuentra en el nro 6 Quai Orléans en la Cité, para llegar
tomé el metro y atravesé al pié el Pont Marie, a mi paso vi tiendas con cosas
muy bonitas, esa callecita que es paralela a quai orléans y que queda justo
atrás de la biblioteca se convirtió en una de mis favoritas.
Entrada a la Biblioteca Polaca |
Había leído que el
museo de la biblioteca abría a las 10 am y ahí estuve, sin embargo, mi guía no
estaba actualizada al respecto y la apertura es a las 14:15, así que puse mis
pies en dirección a Notre Dame…
Lo que más me gustó
de ahí fue la fachada, la virgen a la que está dedicada esta catedral, el
rosetón del antiguo testamento (que es el que no ha tenido que rehacerse), y
ver a mi tocaya en una de las capillas laterales.
Como todavía faltaba
para que dieran las 14:15 caminé por el Sena rumbo al Hôtel Lambert,
que fue la residencia del príncipe Czartoryski fundador de la Bibliothèque Polonaise
y en aquella época de Chopin, en la que muchos exiliados polacos se iban a
vivir a Francia, era en su casa que se reunían, ahí muchas veces acudió Chopin
a tocar, también fue el lugar en donde Voltaire vivió. Pero no lo pude apreciar
ya que está cubierto porque está en compostura.
Seguí caminando y vi
una placa que indicaba que Madame Curi había vivido en ese lugar, luego fui al
mercado de flores, al Hôtel de Ville y
volví a pasar por Notre Dame, alegrándome haber estado ahí más temprano porque
la fila para entrar era ya muy grande (yo no tuve que hacer fila para entrar).
Finalmente y luego de comer delicioso en un restaurante de esa calle linda que
tanto me gustó, pude entrar al Salón Chopin, que es la única sala de museo en
todo París dedicada expresamente a él, miré todo a detalle, sin prisas y
disfrutando el estar ahí, sentí mucha emoción al ver su piano, un pleyel por
supuesto, vi también un mechón de su cabello que era rubio y no tan lacio,
sentí pena porque no dejaban tomar fotos a detalle de las cosas, sólo permiten fotos que abarcan el salón completo, así que aprovechando que por ahí andaba una
pareja, les pedí que me tomaran mi foto al lado del piano de Chopin; la mujer
le pidió lo mismo a su esposo o novio, y me dijo que Chopin también significaba
mucho para ella y yo sonreí.
Al salir me fui caminando
por el Sena para mirar sus clásicos puestos de libros viejos y postales,
atravesé el río por un puente lleno de candados y estaban ahí unos novios haciéndose
sus fotos de boda, me quedé ahí mirando qué tomas les hacían, los captaban
poniéndole sus nombres a un candado, colgando el candado del puente y tirando
la llave al río… Y me dije: Ah son candados de “amor”, y reflexioné que nada ni
nadie te puede garantizar el amor de alguien más, que el único amor que tenemos
garantizado es el que nos tenemos a nosotros mismos, lo que no quiere decir que hay que dejar de amar, simplemente así es.
Seguí mi camino por
el Sena y me encontré en la Quia Malaquais, en el nro 9 de dicha calle vivió
por un tiempo George Sand, así que le tomé la foto al edificio y seguí rumbo al
Jardín des Tuileries.
El edificio con color rosa es el nro 9 |
El Jardín des Tuileries es otro lugar chopinesco: Invitado por el monarca Luis
Felipe I de Francia, se presentó por primera vez en este lugar en 1838. Como
muestra de gratitud real, recibió un servicio de té con la efigie del soberano
y de la reina. Volvió una segunda vez en diciembre de 1841, invitado por el
duque de Orleans y esta vez, fue recompensado con 100 francos de oro. Este
palacio fue incendiado en 1871.
Entrada por el carrusel |
De ahí al Palais Royal, en cuyos arcos, en la
época de Chopin se encontraban las tiendas más prestigiadas, a las que por supuesto
acudía, todo un dandy él, caminé por ahí y al final del jardín, que está
bonito, encontré una tienda de cajitas de música geniales, hechas a mano, son
una belleza, la tienda se llama Boîtes à Musique Anna Joliet, y que me
encuentro una con la melodía de la polonesa heroica y simplemente no pude
dejarla. Y así, de camino a mi hotel comiendo cerezas y tomando un smoothie de
nieve de chocolate amargo terminó mi segundo día en París.
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