Después de
un desayunito rico, que incluía café bien cargado, mi día comenzó en la rue Taitbout
en Square d’ Orléans, lugar donde vivió por varios años Chopin, teniendo como
vecina a George Sand, ella habitaba el nro. 5 y él el nro. 9, esto era cuando
no se encontraban en Nohant, la casa de George (Aurore Dupin) en el Berry. Pude ver las
entradas de sus apartamentos y las plaquitas que conmemoran su vivienda ahí,
hay una fuente en el centro de Square d’ Orléans, no sé si ya existía en la
época de Chopin y George, si sí debe haber sido una vista linda entre sus
apartamentos, ya que desde la entrada de uno se puede ver la del otro y en
medio está la fuente; actualmente la vista se ve un poco arruinada por tanto
automóvil.

Hay
varios cuadros de George que el mismo Ary Scheffer pintó. El salón principal
del museo está dedicado a George y simplemente me encantó, ella era una mujer
muy fuerte y que bien sabía lo que quería, y aunque en su época fue criticada
por hacer y deshacer eso no la detuvo en su vivir.
De ahí
caminé hasta el Boulevard de Courcelles, con el fin de seguirlo hasta llegar al
Parc Monceau, sin embargo antes de llegar me topé con la estación Rome de la
línea 2 del metro, y recordé que esa línea llega hasta el cementerio de Père
Lachaise y pues me subí para de una vez visitar la tumba de mi querido Chopin,
ya en el metro me di cuenta que esta misma línea también me llevaría directo al
Parc Monceau.

La escultura y el medallón del perfil de Chopin, que dicho sea de paso son una belleza, fueron esculpidos por Auguste
Clésinger, esposo de Solange, la hija de George Sand y fue colocada un año
después de la muerte del músico.
Sus amigos fueron quienes se encargaron de los gastos,
podemos leer la dedicatoria que le hacen a Fred Chopin en la misma tumba; entre
ellos el pintor Delacroix y su alumna Pauline Viardot fueron los que iniciaron
este proyecto de unir esfuerzos para que Chopin tuviera una tumba muy bonita.
En algún lugar leí que Chopin siempre tiene una flor en su tumba, claro que
siempre habrá admiradores que le lleven, pero lo más romántico y lindo es que
los estudiantes del Conservatorio de Música de París tienen la promesa de ningún
día del año le falte una flor.
Antes de irme del cementerio, pasé por la tumba
de Jim Morrison, por encargo de un querido amigo que quería una foto de la
misma, pero la verdad está bien cutre jeje, en esta tumba sí había gente, en
fin.

A mediana
distancia se encuentra el Arco del Triunfo y para allá me encaminé, pero antes
pasé por la Salle Pleyel, que era la firma de pianos que él siempre tenía, por
la que pasé es por la nueva Salle Pleyel, también tenía la intención de ir a la
dirección de la antigua, pero ya no me dio tiempo, actualmente, parece que la
Salle Pleyel es sólo para espectáculos y conciertos, el lugar lo vi vacío tras
las puertas de vidrio, sin pianos ni nada, supongo que ya no los venden, ni
tampoco partituras, que era lo que yo quería comprar, ni modo. En el Arco del
Triunfo me esperaba una vista hermosa. Me gustó en particular la columna en
donde está esculpido Napoleón.

No llegué hasta ella, porque quedaba bastante
lejos y yo ya tenía hambre, caminé por el Sena hasta la Place de la Concorde,
lo cual a pesar de mirar cosas lindas, fue desastroso, ya tenía mucha hambre y
sed y me puse de muy mal humor, y es que por ese lado del que caminé no había
nada que pudiera yo comprar para mitigar mi necesidad. Pero hasta el enojo se
me quitó al mirar las fuentes de la Place de la Concorde, las amé, sobre todo
la del lado sur. Llegando al Jardín des Tuileries, en la entrada me compré una
crepa de jamón y queso con una botellita de vino (de las chirris de una copita)
que me supieron a gloria, obvio que también una botella de agua y me los zampé
ahí mismo en una banquita del jardín bajo la sombra de un árbol.
Tocaba el
turno de mirar La Madeleine por dentro. Es un templo católico dedicado a María
Magdalena, de estilo romano con 52 columnas.
Como ya les había mencionado, fue
en La Madeleine que se llevaron a cabo los funerales de Chopin, en el que se
tocaron dos de sus preludios y se estrenó su marcha fúnebre. Fueron
interpretados en el órgano que existe en la iglesia hasta la fecha y que fue
estrenado en 1846.
Pero con
respecto a la música, la petición expresa del polaco fue que se interpretara el
Réquiem de Mozart, sin embargo esto tendría un pequeño inconveniente, el cual
describe Benita Eisler en su libro Chopin’s Funeral:
“El
moribundo desconocía que no estaba permitido a las mujeres el cantar en las
iglesias parisinas; pasaron varios días de súplica por parte de los más
poderosos amigos de Chopin antes de que una dispensa especial fuera emitida por
el arzobispo de París. El permiso consistió en que se permitiría la
participación femenina siempre que permanecieran invisibles; por lo tanto las
mujeres cantantes, entre las cuales estaba Pauline Viardot, amiga y alumna de
Chopin y que era una de las solistas destacadas, debían permanecer ocultas de
la vista de todos detrás de una cortina de terciopelo negro. ”
Debo decir
que el altar de La Madeleine es muy bonito y la vista del órgano también.
Terminé mi día, tras comprar un par de madeleines
en una tienda que parecía hecha de azúcar, en la terraza del Printemps mirando
hacia la Torre Eiffel, que sería mi destino del día siguiente y tomando una
rica y helada cerveza francesa.
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