jueves, 8 de julio de 2010

Paganini en Varsovia

Es claramente cierto que Niccolo Paganini fue el más grande violinista que ha existido. Así lo pensaban Liszt, Berlioz, Rossini, Schubert y Schumann, quienes expresaron alguna vez lo siguiente:
Suchumann: “Marca un giro en la historia del virtuosismo”
Liszt: “¡Qué hombre, qué violín, qué artista! ¡Cielos!”
Berlioz: “El único de su especie”
Rossini: “He llorado nada más 3 veces en mi vida. La primera fue a raíz del fracaso de mi primera ópera. La segunda durante un paseo en barco, cuando una pavita trufada cayó al agua. La tercera, al escuchar tocar a Paganini.”
Goethe: “No entendí muy bien lo que pasaba. Sencillamente, vi una columna de llamas y de fuego…”
Fue una de esas raras figuras que pueden electrizar la atmósfera de una habitación con su presencia. Su nombre eclipsaba el esplendor de los tronos y deslumbraba a toda Europa. En 1829 contaba con 47 años y era conocido como “El violinista infernal”, llamado así por una leyenda que su propia madre había contribuido a lanzar: ¡su vástago era hijo del diablo! Niccolo no había hecho nada para disipar ese rumor que para él era halagador, muy al contrario, acentuaba por medio de artificios la palidez de sus mejillas, la extenuación de su rostro, el aspecto insólito de su silueta, bastante parecida a un esqueleto.

Lo rodeaban anécdotas sorprendentes como la que cuenta que un crítico de vista penetrante pretendió haber distinguido, detrás de Paganini, al diablo en persona, que movía el arco del violín en lugar de Niccolo.

En dos compositores en particular la influencia de Paganini fue decisiva y ninguno de los dos era violinista. Uno fue Liszt y el otro Chopin. Ambos resolvieron que harían en el piano lo que Paganini hacía con el violín. Aquellos dos hombres con el mismo deseo al mismo tiempo, llevarían a cabo esta resolución cada uno en su estilo, y esto es una de las más fascinantes delicias en la historia de la música, además de que constituye el capítulo más importante en la larga y colorida historia del piano.

Chopin quedó deslumbrado con Paganini, y como un tributo en su honor compone una paráfrasis con el título “Recuerdos de Paganini”, que es una variación de “El Carnaval de Venecia”, un tono popular que Paganini usaba como base para algunas de sus propias variaciones deslumbrantes. Se debe decir que el "Estudio No.1 Op.10", rinde un testimonio más elocuente a la iluminación que recibió del virtuoso violinista. Quizá la audacia y la originalidad del artista más viejo animó al joven en esta primera afirmación de su propio temperamento.

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