"He llegado a París sin demasiados esfuerzos, pero con grades gastos. ¡Que ciudad curiosa! Todos los franceses brincan y parlotean, aunque no tengan un céntimo... Me alegra ver lo que he encontrado en esta ciudad: los primeros músicos y la primera ópera del mundo. No me queda duda de que me quedaré más tiempo del que pensaba, y no porque aquí esté tan bien, sino porque poco a poco llegue a estarlo... Aquí se encuentra todo al mismo tiempo, el mayor lujo y la más grande suciedad, la mayor virtud y el vicio más grande. A cada paso carteles que se refieren a enfermedades venéreas; ruido, estrépito, alboroto y fango, más de lo que resulte posible imaginar. Uno desaparece en este paraíso y eso es muy cómodo: nadie se interroga sobre el tipo de vida que uno lleva; se puede salir en pleno invierno vestido en harapos y frecuentar la más alta sociedad. Habito en el 27 del bulevar Poissoniere, en el quinto piso. ¡No podrías creer lo bonita que es mi vivienda! Tengo un cuartito con delicioso mobiliario de caoba, con un balcón que da a los bulevares y desde el cual descubro París desde Montmartre hasta el panteón. Muchos me envidian esta vista, pero ninguno la escalera. París es todo lo que uno quiere. Uno puede divertirse, enfadarse, reír, llorar, hacer todo lo que desee. Nadie te dedica una mirada, pues hay millares de personas que hacen lo mismo, y cada una a su manera."
Después de la revolución francesa, los más famosos pintores, escritores, poetas, dramaturgos y brillantes músicos convergen en París. Era común encontrarse al caminar o en algún salón o restaurante a luminarias como Delacroix, Stendhal, Victor Hugo, Heine, Balzac, Rossini, Cherubini, Liszt, Berlioz o Mendelssohn; pronto Chopin formaría parte de ese grupo de luminarias.
Foto: Bulevar Poissoniere tomada de un libro enciclopédico que tengo.
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