¿Quién era ese hombre que mientras Liszt vivía su “luna de miel” se
apoderó del gusto de los parisinos?
Pues fue un pianista talentoso del siglo
XIX, nació en Ginebra en 1812 y muere en Nápoles en 1871. De apellido Thalberg, en 1835 se da conocer
en Europa gracias a una gira, es precisamente en esa gira en la que deslumbra
a los mismísimos fans de Liszt, gracias a su enamorada ausencia jajaja.
Y muy enamorado Liszt, pero cuando se entera de la creciente fama de
Thalberg, decide regresar y demostrar quién es quién en el arte de no nada más
tocar el piano. Además, en diciembre de 1835 nace la primera hija que tiene con
Marie, la llaman Blandine, su llegada incrementa los gastos y hay que dar
conciertos para hacerse de dinero.
El agarrón, (ejem) quise decir, el duelo pianístico se da en cuatro
asaltos en 1836:
Primero, ya en París, Franz toca la transcripción de la Sinfonía
Fantástica de su amigo Berlioz, suceso que desencadena un gran entusiasmo.
Tres meses después Thalberg, cuyo nombre de pila era Segismundo, obtiene un
gran éxito en el Théâtre – Italien.
Liszt arremete alquilando la Sala de la Ópera y en un concierto de 2
horas reconquista a su público.
Finalmente se ven las caras, aunque quedaría mejor decir “se ven las
manos”, en un concierto que se da en los
salones de la princesa Belgiojoso, organizado para una obra de caridad.
Thalberg toca su Fantasía sobre Moisés y Liszt la suya sobre Niobé. El triunfo
de Liszt fue avasallador y la opinión que externa la princesa resume la de los
demás:
“¡Thalberg es el primer pianista del mundo, Liszt es el único!”
A Chopin le preguntan su opinión sobre Thalberg
y así se expresa, y algo más:
“¡Lo mejor que tiene son los botones de
su camisa, de diamantes!”, y parodia su ejecución al piano: lanza las dos manos
a los extremos del teclado y dice “¿No se diría –pregunta a los oyentes,
divertidos- que parte a la caza de las palomas?”…
¡Tan dandy y filosito mi
querido Chopin!
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