En aquella época, la fiesta que más se celebra en Polonia es la navidad, ya que marcaba la culminación del año.
Leí una descripción de esta celebración, de la cual dudo mucho que los Chopin fueran exentos.
Varios días antes de la fiesta, se ponía el árbol en la casa, y el organista de la iglesia de San Bernardo traía las tradicionales obleas de colores. El día antes de Navidad comenzaban las visitas de los extraños: estudiantes pobres y niños de la escuela se presentaban en la puerta, y de un libro llamado “El pequeño Evangelio” citaban un texto de San Lucas referente a la natividad. A tales visitantes se les obsequiaba una moneda y a veces un bocado.
La mesa de navidad estaba salpicada de paja y cubierta con un mantel. Al anochecer todos esperaban la aparición de las estrellas en el cielo: señal para iniciar la celebración. La madre entraba con una bandeja en donde había 2 obleas pegadas con miel. Primero, ella y el padre rompían la oblea y luego se la pasaban a los niños. “Quiera Dios que dentro de un año rompamos juntos la oblea”, eran las palabras rituales junto con abrazos y besos. Después de aquel intercambio de deseos, la familia entera se iba a la cocina a romper la oblea con la servidumbre.
Una vez sentados a la mesa, podían mirar bajo el mantel, debajo del cual había un regalo para cada uno. El menú de Nochebuena consistía en sopa de almendras, col con arroz y setas, tallarines con semilla de amapola y frituras.
Después de la cena el padre abría paso hacia el salón mientras la madre iniciaba el cántico de villancicos; y así la más memorable de las veladas transcurría con acompañamiento de antiguas melodías. Generalmente se oía una llamada a la puerta; en ella aparecía un anciano de máscara color rosa, con una larga barba blanca que le llegaba hasta la cintura. “Kris Kringle!” saludaban los niños con alegría.
Kris Kringle había sido importado de Alemania, lo mismo que el árbol de navidad. Era representado por algún amigo de la familia, al que no podían reconocer con aquel disfraz, que hacía a los niños recomendaciones morales, recibiendo como pago un beso en la mano.
El gran día tenía su epílogo a media noche, cuando toda la familia iba misa. Los Chopin iban generalmente a la iglesia de La Visitación que estaba cerca de su casa. Al terminar todos regresaban a casa con sentimiento de unión y alegría. Así debieron ser las navidades en la infancia de Federico Chopin.
Leí una descripción de esta celebración, de la cual dudo mucho que los Chopin fueran exentos.
Varios días antes de la fiesta, se ponía el árbol en la casa, y el organista de la iglesia de San Bernardo traía las tradicionales obleas de colores. El día antes de Navidad comenzaban las visitas de los extraños: estudiantes pobres y niños de la escuela se presentaban en la puerta, y de un libro llamado “El pequeño Evangelio” citaban un texto de San Lucas referente a la natividad. A tales visitantes se les obsequiaba una moneda y a veces un bocado.
La mesa de navidad estaba salpicada de paja y cubierta con un mantel. Al anochecer todos esperaban la aparición de las estrellas en el cielo: señal para iniciar la celebración. La madre entraba con una bandeja en donde había 2 obleas pegadas con miel. Primero, ella y el padre rompían la oblea y luego se la pasaban a los niños. “Quiera Dios que dentro de un año rompamos juntos la oblea”, eran las palabras rituales junto con abrazos y besos. Después de aquel intercambio de deseos, la familia entera se iba a la cocina a romper la oblea con la servidumbre.
Una vez sentados a la mesa, podían mirar bajo el mantel, debajo del cual había un regalo para cada uno. El menú de Nochebuena consistía en sopa de almendras, col con arroz y setas, tallarines con semilla de amapola y frituras.
Después de la cena el padre abría paso hacia el salón mientras la madre iniciaba el cántico de villancicos; y así la más memorable de las veladas transcurría con acompañamiento de antiguas melodías. Generalmente se oía una llamada a la puerta; en ella aparecía un anciano de máscara color rosa, con una larga barba blanca que le llegaba hasta la cintura. “Kris Kringle!” saludaban los niños con alegría.
Kris Kringle había sido importado de Alemania, lo mismo que el árbol de navidad. Era representado por algún amigo de la familia, al que no podían reconocer con aquel disfraz, que hacía a los niños recomendaciones morales, recibiendo como pago un beso en la mano.
El gran día tenía su epílogo a media noche, cuando toda la familia iba misa. Los Chopin iban generalmente a la iglesia de La Visitación que estaba cerca de su casa. Al terminar todos regresaban a casa con sentimiento de unión y alegría. Así debieron ser las navidades en la infancia de Federico Chopin.
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