En la misma
primera carta que recibe de la condesa, que es en la que le pide cuide su
salud, entre otras recomendaciones, hay una esquela que María le manda, en la
que se lee cariñosa y demuestra que piensa en él:
“Estamos
inconsolables después de tu partida. Los tres días pasados nos parecieron
siglos ¿Te lo parecieron también a ti? ¿Echas de menos a tus amigos, siquiera
un poco? Me atrevo a contestar que sí por ti, y creo que no estoy equivocada,
al menos eso es lo que deseo creer. Trato de convencerme de que ese sí viene de
ti (pues seguramente sería tu respuesta, ¿verdad?). Dentro de dos semanas
saldremos para Polonia. Veré a tus padres, ¡qué alegría para mí! Me pregunto si
mi querida Ludwika me reconocerá. Adieu, mio carissimo maestro; no te olvides
de Dresde, y luego de Polonia. Adieu. Adiós por ahora. ¡Ojalá podamos vernos
pronto!... Casimir dijo que el piano de Sluzewo está completamente en ruinas y
que es imposible tocar en él. Por lo tanto te pido que recuerdes el Pleyel.
Espero oírtelo tocar en días más felices que los presentes. ¡Adiós, adiós, adiós!
Esta palabra encierra cierta esperanza.”
Chopin
guardó el secreto del compromiso, a excepción de sus padres, quienes
intercambiaron visitas con los Wodzinski cuando estuvieron de regreso en
Polonia, en la primera entrevista que tuvieron, María obsequió a los padres de
Federico con un grabado que era copia del retrato que había hecho de él los
meses pasados.
Una vez
alguien me dijo que el amor se alimenta día a día para evitar que cambie o
desaparezca, y Chopin y María sólo tenían las esquelas y posdatas que se
enviaban a través de la correspondencia con la condesa. Sobre el compromiso
nada se decía en la cartas, y Federico, aunque ansioso por saber, no se atrevía
a preguntar. Pienso que el recato y los convencionalismos, como el pensar en
incomodar a alguien, hay veces que hay que dejarlos a un lado, sobre todo si es
por algo que para uno es importante y necesario saber; en fin, para Chopin eso
era una falta de respeto inconcebible.
Sobre la
salud de Chopin y sus hábitos, la condesa está bien informada, ya que su hijo
Antoni vive en París y frecuenta al músico. Y lo cierto es que a Chopin le
gustaban las reuniones aunque muchas de ellas ameritaban desvelarse y tomar
frío nocturno.
Del piano
no se olvidó, eligió un Pleyel que fue enviado a Sluzewo por barco.
La
correspondencia entre Chopin y la Condesa/María pasa de ser cariñosa a cordial
y luego a solamente de amabilidad convencional, hasta que en el primer
trimestre de 1837 recibe la última esquela escrita por su “amada”:
“Sólo puedo
escribiros estas pocas palabras para agradeceros el bonito cuaderno que me
enviasteis. No trataré de deciros cuánta alegría experimenté al recibirlo, pues
sería inútil. Os ruego que aceptéis la seguridad de todos los sentimientos de
agradecimiento que os debo. Creed en el afecto que os ha jurado para toda la
vida toda nuestra familia, y en especial vuestra peor alumna y amiga de la
infancia. Adiós, mamá os besa muy tiernamente.
Adiós, conservad nuestro
recuerdo.
María”
¿Qué hace
Chopin? Nada, cuelga los tenis en silencio y se refugia en su música. Era de
esos que les gusta ser conquistados y no conquistar, digo en cuestiones del
amor, porque su música sí que conquista; pero en el amor no sabía que a la
mayoría de las mujeres nos gusta ser conquistadas y queridas, que nos
demuestren que somos importantes para quien pretende nuestro amor, claro que
siempre hay que corresponder para que todo funcione bonito.
¿Qué pasa
con María? Se casará en 1841 con el conde Joseph Skarbek y se divorcia de él 8
años después, alegando “no consumación del matrimonio”. Contrae segundas
nupcias con el administrador de su familia, Ladislas Orpisawski, que también
era tuberculoso, pero que logra vivir muchos años. Con él se va a vivir a
Florencia y hasta el final de su vida tocará aquel piano Pleyel que Chopin le
escogió, pero jamás volverá a hablar de su carissimo maestro. Muere en 1896 a
los 77 años de edad.
Chopin
tampoco volverá hablar del tema, reúne las cartas y esquelas, las guarda en un
sobre, junto con una rosa seca y en el sobre escribe: Moja bieda, que quiere
decir: Mi pena. Continúa escribiendo a la condesa como si nada hubiera pasado,
y así mantuvo a salvo su amor propio, aunque en realidad vivía un luto de amor.
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