jueves, 3 de septiembre de 2015

De Chopin: Moja bieda

En la misma primera carta que recibe de la condesa, que es en la que le pide cuide su salud, entre otras recomendaciones, hay una esquela que María le manda, en la que se lee cariñosa y demuestra que piensa en él:

“Estamos inconsolables después de tu partida. Los tres días pasados nos parecieron siglos ¿Te lo parecieron también a ti? ¿Echas de menos a tus amigos, siquiera un poco? Me atrevo a contestar que sí por ti, y creo que no estoy equivocada, al menos eso es lo que deseo creer. Trato de convencerme de que ese sí viene de ti (pues seguramente sería tu respuesta, ¿verdad?). Dentro de dos semanas saldremos para Polonia. Veré a tus padres, ¡qué alegría para mí! Me pregunto si mi querida Ludwika me reconocerá. Adieu, mio carissimo maestro; no te olvides de Dresde, y luego de Polonia. Adieu. Adiós por ahora. ¡Ojalá podamos vernos pronto!... Casimir dijo que el piano de Sluzewo está completamente en ruinas y que es imposible tocar en él. Por lo tanto te pido que recuerdes el Pleyel. Espero oírtelo tocar en días más felices que los presentes. ¡Adiós, adiós, adiós! Esta palabra encierra cierta esperanza.”

Chopin guardó el secreto del compromiso, a excepción de sus padres, quienes intercambiaron visitas con los Wodzinski cuando estuvieron de regreso en Polonia, en la primera entrevista que tuvieron, María obsequió a los padres de Federico con un grabado que era copia del retrato que había hecho de él los meses pasados.

Una vez alguien me dijo que el amor se alimenta día a día para evitar que cambie o desaparezca, y Chopin y María sólo tenían las esquelas y posdatas que se enviaban a través de la correspondencia con la condesa. Sobre el compromiso nada se decía en la cartas, y Federico, aunque ansioso por saber, no se atrevía a preguntar. Pienso que el recato y los convencionalismos, como el pensar en incomodar a alguien, hay veces que hay que dejarlos a un lado, sobre todo si es por algo que para uno es importante y necesario saber; en fin, para Chopin eso era una falta de respeto inconcebible.

Sobre la salud de Chopin y sus hábitos, la condesa está bien informada, ya que su hijo Antoni vive en París y frecuenta al músico. Y lo cierto es que a Chopin le gustaban las reuniones aunque muchas de ellas ameritaban desvelarse y tomar frío nocturno.

Del piano no se olvidó, eligió un Pleyel que fue enviado a Sluzewo por barco.

La correspondencia entre Chopin y la Condesa/María pasa de ser cariñosa a cordial y luego a solamente de amabilidad convencional, hasta que en el primer trimestre de 1837 recibe la última esquela escrita por su “amada”:

“Sólo puedo escribiros estas pocas palabras para agradeceros el bonito cuaderno que me enviasteis. No trataré de deciros cuánta alegría experimenté al recibirlo, pues sería inútil. Os ruego que aceptéis la seguridad de todos los sentimientos de agradecimiento que os debo. Creed en el afecto que os ha jurado para toda la vida toda nuestra familia, y en especial vuestra peor alumna y amiga de la infancia. Adiós, mamá os besa muy tiernamente. 
Adiós, conservad nuestro recuerdo. 
María”

¿Qué hace Chopin? Nada, cuelga los tenis en silencio y se refugia en su música. Era de esos que les gusta ser conquistados y no conquistar, digo en cuestiones del amor, porque su música sí que conquista; pero en el amor no sabía que a la mayoría de las mujeres nos gusta ser conquistadas y queridas, que nos demuestren que somos importantes para quien pretende nuestro amor, claro que siempre hay que corresponder para que todo funcione bonito.

¿Qué pasa con María? Se casará en 1841 con el conde Joseph Skarbek y se divorcia de él 8 años después, alegando “no consumación del matrimonio”. Contrae segundas nupcias con el administrador de su familia, Ladislas Orpisawski, que también era tuberculoso, pero que logra vivir muchos años. Con él se va a vivir a Florencia y hasta el final de su vida tocará aquel piano Pleyel que Chopin le escogió, pero jamás volverá a hablar de su carissimo maestro. Muere en 1896 a los 77 años de edad.

Chopin tampoco volverá hablar del tema, reúne las cartas y esquelas, las guarda en un sobre, junto con una rosa seca y en el sobre escribe: Moja bieda, que quiere decir: Mi pena. Continúa escribiendo a la condesa como si nada hubiera pasado, y así mantuvo a salvo su amor propio, aunque en realidad vivía un luto de amor.

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