
Siepmann señala que la técnica que Chopin utilizaba se basaba en una metódica demostración de la práctica. Enseñaba la mejor manera de trabajar con resultados claros.
Aconsejaba a sus alumnos a no practicar por demasiado tiempo, pero exigia que el tiempo que invirtieran en estudiar fuera de absoluta concentración y sin interrupciones (eso me recuerda tanto a mi época de estudiante de piano, mi maestra nos exigía lo mismo). El tiempo no debería ser mayor a 3 horas, en las que se debían abarcar: ejercicios, estudios y piezas de repertorio.
Sentía horror por la práctica mecanizada. Como Liszt y otros maestros de la época, ponía ejercicios, pero enfatizaba que no debían ser considerados, de ninguna manera mecánicos. Por ejemplo el simple ejercicio de 5 dedos debía ser tratado como música que requería la entera concentración e imaginación del alumno.
Otro par de consejos de siempre que Chopin daba a sus alumnos eran: “Practiquen constantemente a Bach. Será lo mejor para que obtengan progreso”.
“Debes cantar si deseas tocar el piano”. Al respecto recuerdo que mi maestra de piano siempre me decía que tarareara la melodía de mis piezas y que así obtendría un mejor resultado.
El libro nos dice también que la definición de la técnica de Chopin estaba centrada en la sonoridad: la maestría de las propiedades tonales del piano fueron para él el precursor del virtuosismo.
Y cita al propio Chopin: “Lo que uno necesita para estudiar es cierta posición de la mano en relación con las teclas para obtener con facilidad la más hermosa calidad de sonido, saber cómo tocar notas largas y notas cortas y alcanzar una destreza ilimitada.
La única buena técnica para mí es aquella que puede controlar y dar la más hermosa calidad en el sonido”.
Este era el sentido que guiaba su enseñanza, y me atrevo a decir que su tarea de composición también, es lo que escuchamos en cada una de sus maravillosas piezas.
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