La Música no viaja sola, así se llama uno de los libros que leí durante el año pasado y que me dejó un muy buen sabor de boca. El autor es el Maestro Luis Herrera De la Fuente y en él nos platica sus memorias. El libro tiene ese tenor de charla entre amigos, o por lo menos entre congéneres que amamos la música y que aún sin conocernos nos entendemos e identificamos.
Lo compré por 30 pesos en el remate de libros del Auditorio Nacional en abril del 2011, lo encontré curioseando en el estand de la librería del fondo de cultura económica, y es que cualquier título que tenga la palabra música o el nombre de algún músico que me agrada llama de inmediato mi atención.
Aquí
http://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Herrera_de_la_Fuente encontrarán una breve semblanza del Maestro Luis Herrera De la Fuente, la que me permito citar, aunque sólo en parte.
Nació en la Ciudad de México en 1916, es director de orquesta, compositor, pianista y violinista mexicano. En los más de setenta años de su carrera profesional ha desempeñado en distintos campos una importante labor en el desarrollo musical de su país: como creador de instituciones musicales, como compositor y como director titular de varias de las principales orquestas sinfónicas de su país, siendo también titular de tres orquestas en otros países: Sinfónicas de Perú y de Chile y Oklahoma Symphony Orchestra Ha dirigido más de cien orquestas en varias de las principales ciudades de Europa, Norteamérica, Centro y Sudamérica, en Israel y Nueva Zelanda.
Algunas de sus composiciones musicales son: Sonata para piano, Dos Movimientos para Orquesta, ballet La Estrella y la Sirena, Divertimento para Orquesta de Cuerdas, ballet Fronteras, Sonatina para violoncello solo, Sonata para Orquesta de Cámara y Cuarteto para Cuerdas.
Entre las distinciones que ha recibido se encuentran: en dos ocasiones Premio Anual de la Crítica Especializada. Por su aportación al patrimonio cultural de México le fueron concedidos el galardón Nacional Ocho Columnas de Oro México, la Medalla Mozart y la Medalla de Oro del Club de la Ópera, entre otras. Es Doctor Honoris Causa en Artes y Humanidades de la Universidad de Oklahoma y de la Universidad de las Américas (México), Caballero de la Orden del Rey Leopoldo de Bélgica. La Asamblea Legislativa del Distrito Federal lo distinguió con la Medalla al Mérito Ciudadano. En 1996 recibió en el Palacio de Bellas Artes un Homenaje Nacional organizado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Gobierno de la Ciudad de México en el que le fue entregada la Medalla de Bellas Artes. En 2003, el Seminario Mexicano de Cultura le concedió la medalla de oro José Vasconcelos. En 2005 le fue otorgado el Premio Nacional de las Artes.
De su libro, el maestro Herrera De la Fuente nos dice:
“Estas hojas son meramente papel, no alojan ciencia, ni tesis, teorema o dogma, son un mamotreto que ni nos beneficia ni nos perjudica sino todo lo contrario”.
El maestro nos cuenta primero de sus antepasados, de cómo su bisabuelo seguía los pasos de Miguel Hidalgo para su investigación histórica, también de cómo y con razón nos dice lleva la música en él desde que fue concebido, de su gusto por el piano, del inicio de sus estudios y luego de su brillante carrera aquí en México y en el extranjero, de las grandes personalidades que ha conocido a lo largo de su vida, y en fin; el libro me atrapó desde el primer momento y lo disfruté enormemente. En este post voy a citar algunas de las frases y anécdotas que más me gustaron del libro.
La frase que más me gustó es:
“La Música no viaja sola, viaja con la vida, se entreveran”.
Y es que yo por ejemplo no imagino mi vida sin que ella esté entrelazada con la música, tocando el piano, yendo a conciertos, escuchándola en la radio o en alguno de los gadgets tecnológicos, sufrí cuando le robaron el estéreo a mi coche, pero gracias a mi marido eso ya está solucionado.
De su niñez:
“La música fue parte sustantiva de mis haceres y placeres; era como un pariente, uno de esos seres que fatalmente van a estar ahí como habitantes inherentes de la casa. Mi niñez consistió en ser niño, tocar el piano, sentirme actor, jugar con los amigos y mostrar a ultranza mis zapatos nuevos”. Esta me encanta porque también parte de mi niñez era así: ser niña, jugar y tocar el piano. De esta etapa nos platica también que vivió en una casona afrancesada en la calzada México–Tacuba, en la actualidad hasta seríamos vecinos.
De su adolescencia nos dice que fue el momento en el que le nació el deseo de escribir música, e inicio sus estudios en la Facultad de Música, la cual surgió del reinicio de actividades de la UNAM, al respecto nos dice:
“El maestro Estanislao Mejía, director de la facultad y profesor de composición, comentó al verme ‘Eres muy niño para ser universitario. A ver, toca alguna de tus obras’ Toqué mis obras completas: la fantasía y el preludio. ‘Voy a inscribirte en mi clase; te pondré en bunas manos en las otras materias.’ Así me eché a andar por un camino que entre peñascos, borrascas y laberintos me ha enseñado que no tiene fin”.
Complementó sus estudios en la Academia Juan Sebastián Bach, que en aquel entonces se encontraba en la calzada Tacubaya No.28, ahí estudió el piano con el maestro Carlos del Castillo, de quien mi maestra de piano también fue alumna.
Un par de joyas:
“En verdad la música, por esencia es una constante del volar sin perder el suelo”.
“Hay horas muy largas aún si de música se trata, aún si ella nos va dejando en la piel, calladamente, leves huellas de su misterio”.
En 1940 hizo su examen profesional para obtener el diploma de concertista, según las normas de la academia JSBach.
En el 43 se casó con Victoria Andrade Izaguirre, la conoció cuando acudía a sus clases de piano, de ella nos dice:
“Amada móvil; por ventura su sonrisa y su inventiva conservan limpia nuestra morada, enrojecidos los leños, verde el árbol. Victoria halló para mí la barra del equilibrio. Nada me sacude como el relámpago en los ojos de Victoria cuando hay noticia buena; se aprieta recio nuestro trenzado. Igual se aprieta, o más cuando hay noticia mala”.
También fue alumno de Celibidache y de él nos dice:
“Exigió el máximo al oficio, al mundo y a sí mismo. Su raza de músico y de individuo lo preservó en el más alto escaño del prestigio”.
Un profesional que respeta su oficio y a sus músicos:
“No puedo pararme ante la orquesta a dirigir una obra que ignoro. No debo ir al podio sólo a marcar el compás”. Esa fue su respuesta como subdirector de la Sinfónica Nacional, cuando el director Pablo Moncayo le ordenó que lo supliera en un ensayo del Concierto para orquesta de Bartok; dicha contestación le costó el puesto.
“En mi oficio no se aprende sólo por lectura; si se aprende, se aprende haciendo”.
Recuerda que en su primera etapa como director de la Orquesta Sinfónica Nacional invitó a 5 músicos soviéticos, entre los que se encontraba Shostakovich. En una entrevista que le hicieron le preguntaron sobre su última obra: ¿está usted satisfecho? La sabia respuesta fue:
“El artista de verdad no está nunca satisfecho”.
El maestro con el que estudió a fondo, entre otras cosas, las nueve sinfonías de Beethoven fue Brunnenhof Strasse en Zurich y Roma. Precisamente, mientras se encontraba en Roma estudiando con Strasse, le ocurrió la fortuna de que el controvertido, sin dejar de ser un gran músico y director, maestro Wilhem Furtwangler daba un concierto con la Orquesta de Santa Cecilia, al respecto nos platica:
“Su leyenda en tanto interprete se manchó o iluminó –según que cristal– con su empecinada conducta apolítica antes, durante o después de Hitler. Renunció a sus cargos en Alemania al prohibir el gobierno nazi la puesta de Matías el Pintor, de Hindemith, mas no tuvo ningún gesto adverso a Hitler o Alemania; se exilió; quedó mudo en Suiza hasta el término de la guerra. Ahora estaba a mi alcance -creí- ahí mismo en Roma. Fui al teatro a la hora de apertura de taquillas. Adosado en la puerta principal un enorme aviso decía: ‘Esaurito’, agotadas las localidades. Imposible aceptar no ver a Furtwangler en acción; llame a Wolf Ferrari: ‘Boleto imposible –me dijo-; no los hay ni para los músicos de la orquesta’; ‘Tal vez puedas, aunque lo veo difícil, entrar en un ensayo; para ello solo el maestro da el sí o el no’. A las nueve y media, día oscuro, de frio de perros, me coloqué junto a la puerta de artistas. A los 10 para la hora se detuvo un automóvil; en cuanto descendió, lo aborde entre los aspavientos de sus chaperones: ‘Maestro, soy estudiante de dirección, vengo de México, no hay boletos, permítame asistir al ensayo’; esto y más, no sé, rápido, atropellado, el ancho de la acera me acortaba el tiempo… El hombre, alto, de majestad consciente, sombrero de ala ancha, abrigo de cuello de piel, no me vio, no me oyó –no existí–; cruzó, entró y desapareció. Me detuve en el quicio de la puerta; oblicua a mí, la mirada del portero me ignoró por cuenta propia. La humillación era una carga. Quede unos momentos contra la pared, recargado; luego me eche a andar a zanco torpe, lento. Habría caminado 20 pasos cuando me alcanzó un ujier: ‘Que puede pasar, pero callado’. Luego me conto que, a punto de entrar a su camerino, el maestro lo llamó por una seña, indicó hacia la calle y dijo ‘Puó entrare, ma zitto’. Así ví a una leyenda en acción, sobre y abajo del podio, como dios y como humano”.
“La técnica de dirección viene a ser, pues, el ademán que indica, expresa tal matiz, equis elocuencia, tal importancia, una especifica energía; la suma, el sentido, los sentidos varios que la música contiene y el director ha de traer a la vida”.
“A la música se la encuentra –o no– no se la interpreta. Este es el meollo del oficio”.
A su regreso a México, se sorprendió al ver la ciudad más grande y de ella se expresa asá:
“Si algún siglo ha de ver sus ruinas, habrá de ver fantasmagoría de piedra; de cantera ungida por manos sabias, de las que saben para qué sirve la grandeza. Piedra que habla, que habla en verso”.
“Tener orquesta es la circunstancia feliz en la carrera. No la busque; mi matrimonio con la música es de amor”.
De los músicos del Conservatorio de las Rosas de Morelia dice:
“Los músicos hechos allí llevan dentro la solidez de los preceptos clásicos”.
Otro de sus invitados de honor cuando dirigió la Sinfónica Nacional fue Igor Stravinski, nos dice:
“En su programa figuraron El pájaro de fuego y La consagración de la primavera. Stravinski tenía el don de dar a sus anfitriones un viso de amistad que en realidad no había”.
“La vida es para vivirse, no para explicarse. La música igual, es para escucharse, gozarse, tocarse, no para explicarse”.
Y se despide:
“Uno cumple con lo suyo, va adquiriendo sus años a cambio de sumar pérdidas; basta para justificar la existencia la trinidad profana: amor, verdad, lo bello; basta haber sido. Basta aguardar el tiempo. Quizá la vida no es más que una Sinfonía Inconclusa, un pentagrama en espera…”.
No me queda más que decir, “La Música no viaja sola” es un libro extraordinario y si tienen la oportunidad, no lo duden, léanlo.