A inicios del siglo XIX encontramos a un húngaro de origen quizá noble pero de modesta condición, se llama Adam Liszt, quien era un empleado contable en el castillo Eisenstadt del príncipe Esterhazy.
Adam era un amante de la música y le dedicaba todas sus horas de ocio; ejecutaba diversos instrumentos: el violín, la guitarra, la flauta pero su prelidección era el piano.
En el castillo del príncipe, Adam había frecuentado a Haydn, conocido a Cherubini e hizo amistado con Hummel, quien por ese entonces gozaba de gran fama.
En sus ratos libres se entregaba al piano, tratando de consolar o aturdir sus pesares sobre la vida que siempre quiso tener: ser un músico de renombre.
En 1810 el príncipe Esterhazy nombra a Adam administrador de su finca en Raiding, quien había contraído nupcias con una joven austríaca llamada Maria Anna Langer, nacida en Krems muy cerca de Viena.
En Raiding, Adam se dedicaba por las noches a hacer música para su esposa y aunque conservaba siempre la nostalgia de lo que él no pudo ser, no tardó en esperar la llegada de un hijo a quien poder transmitir la llamarada musical.
La noche del 21 al 22 de octubre de 1811 nacía Ferenc Liszt, en el cielo brillaba un cometa y la gente creía ver en él un feliz presagio.
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