Ya en Berlín, mientras Federico anhelaba oír ópera, el profesor lo llevó a una reunión del congreso; y el día que daba un recital un violinista de 9 años llamado Birnbach, Chopin tuvo que contentarse con un banquete de ancianos eruditos. Su sentido del humor lo salvó del abatimiento, pues sin respeto por la dignidad de los hombres y el mérito de los zoólogos, hizo caricaturas de todos aquellos eminentes personajes, reuniendo un buen portafolio de aquellos recuerdos. Tenía un ojo certero para los rasgos cómicos y ni Alexander von Humboldt se le escapó.
Jarocki no impuso a todas horas el congreso a su joven amigo, y Chopin logró escapar de la mayoría de las funciones oficiales, como el mismo decía, jamás le había gustado estar en un lugar que no fuera el suyo, y aunque lo tratado en el congreso le pareciera interesante, lo cierto es que ese no era su lugar.
Es presentado a Lichtenstein, quien le obsequia con entradas para la ópera, también saluda a Humboldt; ve a Zelter, Spontini y a Mendelssohn, a quienes no se atreve a presentarse por ser “demasiado tímido”, como lo expresa en una carta a su familia. El príncipe Radziwill no fue a Berlín, ni tampoco Paganini.
Asiste a 5 óperas: Hernán Cortés de Spontini, Il Matrimonio Segreto de Cimarosa, Le Colporteur de Onslow, Freischutz de Weber y Das Unterbrocheme Opferfest de Winter. Su impresión de los cantantes no fue del todo favorable. Lo que más le gusto fue la Oda para el día de Santa Cecilia de Handel, acerca de la cual escribió “se acerca mucho al ideal que me he formado de la gran música”.
Visita 2 fábricas de piano y la librería Schlesinger, donde vio publicaciones musicales que en Varsovia no podía conseguirse. De una de las fábricas menciona en una carta a sus padres:
“Kisling , que se encuentra al final de la Friedrichstrasse: no tiene ni uno terminado. Es una fortuna que el dueño del lugar en donde nos hospedamos tenga un piano en el que yo pueda tocar. Nuestro posadero me admira cada día más.”
“No es de confiar el buen gusto de Marylski cuando dice que las mujeres de Berlín son hermosas. Se visten bien, eso está claro; pero es una pena ver grandiosas y arrugadas muselinas en imágenes de aspecto tan desaliñado.”
“Vi a la princesa Lignicka en la Academia de Canto, y observé a alguien en uniforme de librea hablándole, le pregunté a mi vecino quién era, a lo que contestó: ‘Es su excelencia von Humboldt’. El uniforme ministerial cambia muchísimo su apariencia, hacen pensar en sus características de gran peatón (como saben, él escaló el Cimborasso), y es algo que quedó impreso en mi memoria. No lo reconocí. Ayer él estuvo en el Colponteur. Estuvo en la caja real del príncipe Karl.”
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