sábado, 17 de septiembre de 2016

De George Sand: Adolescencia en un convento

Foto de George Sand jovencita
que encontré en pinterest
La última vez que escribí sobre quien fuera el amor de Chopin, platiqué de que pierde a su papá a muy temprana edad, esto le causa un gran dolor, por supuesto también a su madre (Sophie Victorie) y a su abuela, quienes ven en George Sand lo único que les queda de Maurice y la convierten en su manzana de la discordia; recordemos que las dos mujeres nunca se llevaron bien y al faltar Maurice las cosas empeoraron.

Esto nos dice al respecto George Sand en su autobiogrfía:

Alejadas, no podían evitar hablar mal la una de la otra; juntas, no podían evitar quejarse, porque cada una tenía una fuerte personalidad, totalmente opuesta a la del enemigo. El rechazo provenía del fondo de justicia y rectitud que ambas poseían, así como de su gran inteligencia, que no les permitía ignorar lo que tenían de bueno.

Por un tiempo Sophie permaneció en Nohant junto con su suegra y Aurore, Caroline (su primera hija), se encontraba en París en una pensión, lo cual no podía sostener por mucho tiempo, sin embargo, la Sra. Dupin no estaba dispuesta a criar bajo su techo a Caroline; así se encontraban las cosas cuando llegó de visita un tío de la escritora, el abate Beaumont, las mujeres se tranquilizaron y pudieron ponerse de acuerdo en cuanto al destino de Aurore. Sophie pensó que con su abuela, Aurore tendría todo lo que ella no podía ofrecerle, mientras que Caroline no tenía a nadie más que a ella en el mundo y no la iba a abandonar. Esto nos dice George al respecto:

Finalmente terminaron los arreglos de familia y mi madre firmó el acuerdo de permitirme quedar con mi abuela, que quería hacerse cargo por completo de mi educación. Yo mostré una aversión tan grande por el acuerdo que por el momento no se habló más de él, pensaron separarme de mi madre poco a poco, para que no me diera cuenta; y para empezar se fue sola a París, ansiosa de ver a Caroline.”

Aurore permaneció en Nohant al lado de su abuela. En el acuerdo se estipulaba que en los inviernos visitaría a su madre en París. 

En cuanto a su educación, la misma Sra.Dupin y Deschartes fueron los encargados, era instruida en ciencias naturales, latín, música, literatura e historia. Extrañaba mucho a su mamá y se tornó fría con su abuela a quien juzga culpable de su separación.

Transcurrieron los años, y la aversión entre las mujeres no paró, se suavizaron las cosas, sí, pero la Sra. Dupin estaba muy celosa del amor que Aurore sentía por su madre. Cuando Aurore cumple los 14 años, su abuela decide que entrará a seguir su educación al convento de las monjas Agustinas inglesas, esto en París; al escuchar París, Aurore se puso muy feliz, pues pensó que vería a menudo a su mamá, siendo que vivirían en la misma ciudad; pero esto no ocurrió así, a Sophie al parecer no le agradó del todo que su hija fuera al convento y se mostró muy fría con ella, algo que rompió el corazón de Aurore.

Ya en el convento sintió alivio de alejarse de las dos mujeres que más amaba: su madre y su abuela, dejando de sentirse el motivo de su pleito eterno. A dicho convento asistían muchachas de las familias refinadas y de la nobleza de Francia. Es ahí en donde aprende a hablar inglés y adopta la costumbre de tomar el té, además toca el arpa, el piano, dibujaba y escribía en verso o prosa.

Nos describe el convento en esta frase, bueno, es la que tomo de su autobiografía, porque en esta descripción se extiende por varias páginas en su libro:

“En suma en esta casa todo era inglés, el pasado y el presente, y cuando una atravesaba la puerta parecía que hubiera cruzado el Canal de la Mancha.”

Y en esta otra podemos ver que realmente disfrutó mucho su estancia en ese lugar:

“Pasé allí tres años sin acordarme del pasado, sin pensar en el futuro y saboreando mi felicidad presente”

(Esta frase me ha gustado mucho, ya que ¿qué es la vida sino disfrutar el presente?)

Sus compañeras la querían era muy traviesa pero muy noble también. A pesar de que el convento les permite salir una vez al mes, ella prefiere permanecer ahí, casi no sale, su madre la visita pero no siempre y por corto tiempo; y la abuela sólo va una vez por año.

De cómo fueron sus tres años en el convento nos dice:

“El primer año fui, más que nunca, la niña terrible que ya había empezado a ser. El segundo año salté de golpe a una devoción febril y agitada. En el tercero me mantuve en un estado piadoso, tranquilo, ecuánime y alegre.”

En el convento había una práctica tradicional, y esa era que algunas religiosas adoptaban a alguna(s) alumna(s), este tipo de maternidad consistía en algunos cuidados especiales, penitencias livianas o severas, según el caso. La hija tenía permiso para entrar en la celda de la madre para pedirle consejo, para tomar el té, para festejarla en su onomástico, es decir tenía el permiso para amarla y manifestarlo. Y si algo deseaba Aurore era una madre a quien amar y de quien sentir su amor sin recelos y pujanzas. De entre las monjas había una muy bonita y buena, además de no ser tan seca como las otras inglesas, se llamaba Mary Alice Spiring y Aurore quiso ser su hija y sin más se lo pidió, justo en el tiempo en el que Aurore era considerada como parte del grupo de diablillos del convento, tuvieron este diálogo:

Alice: “Creo que te has vuelto loca o quieres volverme loca a mí”

Aurore: “Póngame a prueba ¿Quién sabe? ¡A lo mejor me corrijo, a lo mejor me vuelvo amorosa para darle gusto.”

Y así pasó, Aurore fue hija de la Sra.Alice, a quien quiso muchísimo, también dejó de ser el diablillo del primer año. Leyó la vida de los santos y se le metió la idea de profesar, idea que puso en duda al hablar de ello varias veces con su confesor y que terminó por abandonar cuando la abuela, al enterarse la hace volver a Nohant con motivo de su salud, según se siente morir y desea casarla con alguien que la haga feliz. Así es como Aurore regresa al Berry a principios de la primavera de 1820.

Para terminar este post quiero compartirles una frase que me gustó mucho y que se va para mi colección. La leí en la autobiografía de George Sand.

“… la dicha humana puede consistir en la ausencia de males demasiado grandes.”

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