A partir de
1830 Liszt se encuentra en un período de estudio y de creatividad, pero también
de esplendor. Tiene una magnífica reputación como maestro, que aunada a su
elegancia, encanto y a que era muy guapo, hizo que la sociedad parisina no le
quitara el ojo de encima.
Es de esta
época que data la crónica de Madame Auguste Boissier, quien era una dama culta
oriunda de Ginebra y que vivía en París, mamá de una de las alumnas de Liszt.
Esta crónica la escribió en su diario y describe un poco el cómo era Liszt a
sus ojos:
Acerca de
él y su madre: “Uno no puede imaginarse dos personas más diferentes entre sí,
sin embargo hacen su camino juntos por la vida con afecto mutuo, y en la
pequeña casa están presentes la armonía y la felicidad.”
En los textos
que he encontrado, se describe a Liszt siempre modesto, incluso humilde, nunca
agobiante, impaciente o intolerante.
Sobre su
forma de enseñar: “Para hacer su explicación más clara, suele leer en voz alta
páginas enteras de alguno de sus autores favoritos, exponiendo la relación
entre la música y la literatura. Él ha leído mucho y absorbido todo, ofrece sus
puntos de vista de la forma más interesante y atractiva, sin arrogancia o esa
afectación particular a la que muchos artistas son propensos.”
Un consejo
de Liszt a su alumna Valérie (hija de Madame Boissier): “Se paciente contigo
misma, arruinarás todo si tratas de hacerlo muy rápido. La misma naturaleza
trabaja despacio, sigue su ejemplo.”
Una
descripción de Liszt al piano: “Sus dedos son muy largos, sus manos pequeñas y
estrechas. No las mantiene en una posición redondeada, postura que dice hace
tocar seco, lo cual es algo que detesta.
Al mismo tiempo no las mantiene planas -en realidad son tan flexibles
que no tienen una posición fija… Nunca toca con sus brazos o sus hombros. A él
le gusta que el cuerpo tenga una posición vertical con la cabeza inclinada
hacia atrás y no hacia adelante- es lo
que exige con más énfasis. Se opone resueltamente al estilo de tocar pretencioso,
afectado o forzado, y su principal preocupación es la autenticidad del
sentimiento musical… Por otra parte, no es fácil de encontrarse satisfecho consigo
mismo, y a veces salta del piano con desesperación, porque no logra la
perfección buscada. ”
Pero lo que
más buena impresión de Liszt causó en Madame Boissier y en su hija, fue que
aunque se movía en los mejores círculos sociales y tenía una colorida vida
social, para él era tan importante el sentimiento de su vocación de artista,
como su voluntad de ponerse a disposición para servir a los demás,
particularmente de aquellos menos privilegiados. A lo largo de su carrera tocó
en innumerables conciertos de caridad, obsequiaba dinero a los jóvenes
aspirantes de músicos, y al final de su vida, y a pesar de que impacientaba a
sus amigos con este hecho, daba lecciones gratis prácticamente a quien se lo
pedía… ¡Ah que ganas de haber estado cerca para pedirle enseñanza!
Sobre su
filantropía dice Madame Boissier: “Él solía visitar hospitales, asilos para
enfermos mentales, casas de juegos, bajaba a las mismísimas mazmorras e incluso
charlaba con los hombres de las celdas de los condenados.” En 1832 los
principales beneficiaros de sus obras de caridad fueron las víctimas de la
epidemia de cólera que azotó a París en esos días, en los sitios en los que
tocaba, pedía caridad para la gente enferma.
Y para
concluir la crónica de Madame Boissier, su juicio: “Si no hubiera tenido el
genio de la música, se hubiera convertido en un importante filósofo y
escritor.”
Debo decir que disfruté mucho leyendo acerca de
la crónica de Madame Boissier, particularmente me encanta la descripción que hace
de él sentado al piano, siempre es genial conocer el testimonio de alguien que
conoció a los grandes y que, como en este caso, hace una crónica estupenda.